Al caer la tarde del pasado junio, un grupo de más de 23 asistentes sociales se reunió en la Oficina de Ixtlahuaca para vivir una jornada que trascendiera el horario de oficina. No era una labor institucional o un requisito laboral: fue una decisión voluntaria y genuina, nacida del deseo de “ayudar de corazón”. A partir de las 3:00 p.m. se activó una cadena de solidaridad que culminó alrededor de las 7:30 p.m., en varios hospitales de Toluca que reciben cada día miles de usuarios con necesidades médicas y emocionales profundas.
Preparando el corazón… y el paquete
Cuando el reloj marcó las 3:00 p.m., la cocina improvisada en las instalaciones se llenó de vida. Rocío Camacho, gerente de la oficina de Ixtlahuaca, guiaba cada detalle. Bajo su liderazgo coordinado —con casi 6 años al frente del equipo— nacieron las raíces mismas de esta acción cíclica que ya suma cinco entregas y se repite cada 2 o 3 meses. La misión era clara: llevar alimento, bebida caliente, atención y esperanza.
En medio del movimiento, las mesas se llenaron rápido:
- 650 tortas: cuidadosamente armadas, bien ensambleadas en panes suaves, listas para llevar.
- 20 litros de café para reconfortar almas insomnes.
- 25 litros de atole recién colado, cargado de calor y azúcar.
- 30 litros de té caliente, ideal para manos tristes y cuerpos fríos.
- Aguas y jugos embotellados para hidratar y nutrir a quien lo necesitara.
Más que suministros, cada paquete llevaba una dosis de humanidad.
Consolidando una logística humana
Para una tarea de este tamaño, la coordinación fue clave. No solo bastaba con preparar; había que hacer que llegara. Por eso contaron con el respaldo del director de filial, César Octavio Rodríguez, quien facilitó souvenirs (pequeñas muestras de gratitud) y vehículos para el traslado del equipo de voluntarios.
Además, algunos colaboradores ofrecieron sus autos personales para garantizar que nadie quedara fuera. Esa disposición fue testimonio de compromiso y confianza colectiva. Más que vehículos, los coches personales fueron símbolos de compromiso cotidiano: “vamos juntos a sumar”, decían sin palabras.
En total, cerca de 25 personas —entre voluntarios y colaboradores— integraron una red de movilidad que permitió la distribución simultánea en cinco hospitales.
Recorrido en cinco etapas de esperanza
El operativo visitó simultáneamente:
- Hospital General de Ixtlahuaca – Donde frecuentemente se atiende a pacientes de comunidades vecinas con acceso limitado a transporte.
- Nicolás San Juan General (Toluca) – Un punto clave de atención de urgencias, pediatría y traumatología.
- Hospital para el Niño (Toluca) – Una clínica sensible donde cada sonrisa, cada caricia, y cada alimento cuenta doble.
- Materno Infantil de la Mujer (Toluca) – Espacios donde las madres necesitan cuidado, comprensión y contención.
- IMSS 220 General (Toluca) – Foco de atención masiva, particularmente con largas esperas para los acompañantes.
Los voluntarios y asistentes sociales se dividieron en equipos, recorriendo pasillos, salones de espera, salas de urgencias y áreas de descanso. Llegaron con carritos llenos de tortas y bebidas, pero sobre todo con una actitud de apertura y empatía.
Momentos de calor humano
En una sala de espera del hospital pediátrico, un padre sostuvo su torta temblorosa por la emoción. Una madre de familia rompió en llanto silencioso al recibir café caliente. Una señora de la tercera edad abrazó al voluntario que le entregó una taza de atole y sus manos temblorosas encontraron alivio en la calidez humana, más allá de la bebida.
Fue entonces cuando quedó claro: aquello no era un reparto automático. Era una forma simbólica de decir “te veo, y me importas”.
Tres objetivos con una misma forma de amar
La organización no es improvisada: está diseñada alrededor de cuatro objetivos que Rocío —con pasión silenciosa— ha planteado para cada jornada:
- Ayudar de corazón
— Que no sea una labor impersonal, sino una entrega genuina y emocional. - Devolver la dádiva
— Reconocer que muchos han recibido antes y ahora la cadena continúa. - Humanizar y concientizar
— Al interior de la fundación y en los hospitales, demostrar que el cuidado y la empatía son remedios de curación social. - Fomentar integración del equipo
— Cada jornada refuerza el vínculo entre colaboradores y asistentes sociales, consolidando un espíritu de trabajo con sentido.
Rocío lo expresa con agradecimiento: “No buscamos ningún beneficio más que ayudar”.
El impacto concreto
Las métricas del día hablan por sí solas:
- 650 tortas entregadas en un lapso de dos horas.
- 20 litros de café, 25 litros de atole y 30 litros de té, distribuidos en varios momentos, manteniendo caliente la llama de la esperanza.
- Docenas de sonrisas espontáneas, agradecimientos sinceros, historias compartidas en pocos minutos… y un ambiente breve, pero real, de respaldo humano.
Además, personal de los hospitales reconoció el gesto como un aliciente para las largas guardias, jornadas agotadoras y días difíciles.
Continuidad y sentido de comunidad
Esta no es la primera vez, ni será la última jornada. Lo valioso es que trasciende un acto puntual: es la materialización de un ejercicio solidario constante. La periodicidad demuestra que no se trata de un evento publicitario, sino de un compromiso vivo.
La recirculación de esta acción cada 2 o 3 meses permite planificar nuevos apoyos, adaptar alimentos a temporadas festivas, enfrentar emergencias como el frío extremo o condiciones clínicas que requieren atención diferenciada.
Por qué tu ayuda puede amplificar el impacto
Estas jornadas funcionan gracias a manos anónimas y coches que no tenían que estar ahí. Funcionan porque personas como tú le dan sentido a cada vaso de atole caliente, cada torta generosa. Fundación PABS necesita más gente dispuesta a brindar, a donar, a acompañar.
No se trata de ser famoso por ayudar. Se trata de ser sensible. Cada vez que un niño recibe una torta o un padre un café caliente, se crea un momento de alivio que perdura en su memoria emocional.
Un abrazo colectivo
Al caer la jornada, los voluntarios regresaron a sus casas con la satisfacción de haber hecho algo real. No estaban ahí para ser fotografiados, ni para recibir premios; estaban ahí porque el calor humano es más potente cuando se comparte.
Esa tarde de junio, en Toluca, no fue una muestra de asistencia temporal. Fue un ejemplo de solidaridad organizada. Fue amor mostrando su rostro.